Una discusión muy seria que se dio -tanto en la Ley de Medios Audiovisuales, como en las propuestas de regular la publicidad oficial en la Nación y en la Ciudad de Buenos Aires- tiene que ver con el contexto de la libertad de prensa, incluyendo medios escritos, audiovisuales e Internet.
Esa libertad, y su elemento condicionante que es la publicidad oficial, las regulaciones, el acceso a los medios y el carácter competitivo que debe tener su administración configura un debate central en la Argentina de hoy. Se deben tener en cuenta en él tanto la experiencia histórica como las experiencias totalitarias sangrientas, precisamente para evitarlas.
Si hay un elemento distintivo que expresa la calidad de la sociedad civil y la vigencia de los contenidos republicanos y la presencia de una sociedad abierta, es la posibilidad de la prensa libre. Ese es el gran mecanismo que salvaguarda los derechos y las libertades, y educa a la ciudadanía en un país que prospera.
No hay duda de que lo primero que se intenta regular -ya sea en las normas oficiales que se refieren al sector, ya sea en el control del papel, ya sea en la publicidad oficial- es la opinión de la prensa independiente sobre las gestiones de los gobiernos. No existe una mejor señal de cuan republicanos, transparentes y seguros de si mismos son los gobiernos, que las regulaciones que adopten sobre la prensa.
La mejor de todas es que no exista ninguna. Es decir, que sólo sean vigentes aquellas que faciliten el acceso y la competencia. No la prohibición, el menoscabo, el "peaje" ni la subordinación.
Sin prensa libre, sin acceso a la opinión pluralista, sin acceso al debate, sin acceso a los secretos del poder, la capacidad de instrumentar un régimen hegemónico que ahogue nuestras libertades está a la vera del camino. Por eso que estos debates no pueden concentrase únicamente en el mayor o menor grado de opiniones diferentes y matizadas, de fuentes y medios disponibles. Tienen que centrase exclusivamente en la posibilidad de acceso a la información de modo pluralista.
Cuando sufrimos en la historia argentina la agresión a la prensa en las dictaduras y en los gobiernos totalitarios fue esencialmente para impedir una opinión independiente. Es tan valioso este insumo a la vida democrática, que casi sin vacilar se puede decir que cuando se logra derribarla, gran parte de la tarea para la instauración de la dictadura, del proyecto totalitario, ya está realizada.
Obsérvese cuántos periódicos opositores existen en Cuba, en el Irán de Ahmadineyad, en la Norcorea de Kim. ¿Cuántos periódicos polemizan con el gobierno? ¿Cuál es la estrategia central del comandante Chávez en Venezuela? En todos los casos, ahogar a la prensa independiente.
Cuando miramos nuestra propia nación, ¿qué es lo que tenemos que resaltar? Lo que se está haciendo para sojuzgar, reducir y subordinar la opinión expresada en los medios audiovisuales. Allí nos topamos con las regulaciones, los aprietes, la intimidación y con el rol corruptor de la publicidad oficial. Esto es lo que no debe ser permitido.
Esa libertad, y su elemento condicionante que es la publicidad oficial, las regulaciones, el acceso a los medios y el carácter competitivo que debe tener su administración configura un debate central en la Argentina de hoy. Se deben tener en cuenta en él tanto la experiencia histórica como las experiencias totalitarias sangrientas, precisamente para evitarlas.
Si hay un elemento distintivo que expresa la calidad de la sociedad civil y la vigencia de los contenidos republicanos y la presencia de una sociedad abierta, es la posibilidad de la prensa libre. Ese es el gran mecanismo que salvaguarda los derechos y las libertades, y educa a la ciudadanía en un país que prospera.
No hay duda de que lo primero que se intenta regular -ya sea en las normas oficiales que se refieren al sector, ya sea en el control del papel, ya sea en la publicidad oficial- es la opinión de la prensa independiente sobre las gestiones de los gobiernos. No existe una mejor señal de cuan republicanos, transparentes y seguros de si mismos son los gobiernos, que las regulaciones que adopten sobre la prensa.
La mejor de todas es que no exista ninguna. Es decir, que sólo sean vigentes aquellas que faciliten el acceso y la competencia. No la prohibición, el menoscabo, el "peaje" ni la subordinación.
Sin prensa libre, sin acceso a la opinión pluralista, sin acceso al debate, sin acceso a los secretos del poder, la capacidad de instrumentar un régimen hegemónico que ahogue nuestras libertades está a la vera del camino. Por eso que estos debates no pueden concentrase únicamente en el mayor o menor grado de opiniones diferentes y matizadas, de fuentes y medios disponibles. Tienen que centrase exclusivamente en la posibilidad de acceso a la información de modo pluralista.
Cuando sufrimos en la historia argentina la agresión a la prensa en las dictaduras y en los gobiernos totalitarios fue esencialmente para impedir una opinión independiente. Es tan valioso este insumo a la vida democrática, que casi sin vacilar se puede decir que cuando se logra derribarla, gran parte de la tarea para la instauración de la dictadura, del proyecto totalitario, ya está realizada.
Obsérvese cuántos periódicos opositores existen en Cuba, en el Irán de Ahmadineyad, en la Norcorea de Kim. ¿Cuántos periódicos polemizan con el gobierno? ¿Cuál es la estrategia central del comandante Chávez en Venezuela? En todos los casos, ahogar a la prensa independiente.
Cuando miramos nuestra propia nación, ¿qué es lo que tenemos que resaltar? Lo que se está haciendo para sojuzgar, reducir y subordinar la opinión expresada en los medios audiovisuales. Allí nos topamos con las regulaciones, los aprietes, la intimidación y con el rol corruptor de la publicidad oficial. Esto es lo que no debe ser permitido.
Artículo publicado por Clarín el 17/02/09
No hay comentarios:
Publicar un comentario