En las elecciones presidenciales del 2003, el ex radical Ricardo López Murphy consiguió el 16% de los votos porque una proporción significante de la ciudadanía valoraba el realismo que, para disgusto de la mayoría, siempre lo había caracterizado, pero en los años siguientes su poder de convocatoria se evaporó, tal vez porque se difundió la convicción de que en la Argentina de "las tasas chinas" de crecimiento no sería necesario tomar medidas antipáticas. Por desgracia, el optimismo irreflexivo así manifestado tuvo consecuencias nefastas para el país. Como López Murphy acaba de señalar en varios artículos periodísticos, en los años últimos la Argentina se ha descapitalizado de manera sumamente peligrosa. No sólo es cuestión de la atropellada fuga de capitales que según un informe del Banco Central alcanzó los diez mil millones de dólares en la primera mitad del año corriente, sino también de la falta de inversiones, de la virtual ausencia de crédito y de los efectos negativos de lo que López Murphy califica de "la manifiesta arbitrariedad con la que se pueden tomar medidas en la Argentina", ya que "cualquier funcionario menor puede establecer la prohibición de ventas al exterior? sin ningún fundamento", de esta manera dejando "en estado de quebranto a toda la cadena de valor productivo del sector afectado". También están provocando estragos difícilmente reparables la extrema burocratización y una plétora de impuestos punitivos, mientras que el país ha hipotecado su futuro debido al "colapso de la inversión" en "toda la cadena agroindustrial, el sector energético y gran parte de los sectores regulados de las áreas de salud y educación".
Visto por López Murphy, el panorama frente al país es desolador, pero no hay motivos para creer que haya exagerado. Al acostumbrarse a interpretar todo en términos ideológicos poco sofisticados, el gobierno kirchnerista nunca ha manifestado interés en los detalles concretos y por lo tanto no ha hecho esfuerzo alguno por atenuar los problemas enfrentados por los responsables de producir la riqueza que conforme a sus voceros quisiera repartir. Tampoco ha intentado hacer más eficiente la sobredimensionada burocracia estatal que, en común con el grueso de los políticos nacionales, supone debería actuar como una esponja gigantesca que absorbe a quienes de otro modo carecerían de puestos laborales. Como nos está recordando la confusa "lucha" contra la gripe A, en nuestro país la ineficacia es un derecho humano inviolable.
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